Hacia la privatización del espacio público

Hacia la privatización del espacio público

25 abr 2018
No hay nada más cierto que la duda. Aunque a ratos nos asalta la ansiedad, hemos medio aceptado ya que nuestras nuevas certezas son la incertidumbre, la complejidad y el conflicto. En la política y en la vida. En el ejercicio periódico –y saludable- de observar la realidad y extraer de ella conclusiones, aprendizajes, hemos ido desgranando cómo iban virando los núcleos de toma de decisión y cómo tenían que virar también con ello las estrategias de los grupos de interés que querían influir legítimamente en las decisiones públicas.

En esa observación hemos sido testigo de la ruptura con fragmentos entre la política y el poder, de una transformación del poder oligárquico en micropoderes y, sin trascendencias, hemos sido testigo del fin de las mayorías absolutas, de una vuelta al parlamentarismo –menos inglés, eso sí, y más de espectáculo- en detrimento del Ejecutivo y de un intento de desplazamiento del eje derecha-izquierda por el de nuevo-viejo. En España, por ejemplo, bastaron solo tres elecciones –muy juntas entre sí- para que así fuera.

Entre las principales repercusiones de todo este movimiento se encuentra el descrédito de la política y la desconfianza a las instituciones que una parte muy significativa de los ciudadanos y de las empresas ha desarrollado. En el ámbito empresarial, sobre todo en la economía digital, esa desconfianza viene dada por tiempos de espera que trascienden el normal-lento de un proceso legislativo al uso, necesario para definir las reglas del juego de los operadores en un territorio. De forma que se condena a las empresas a operar en busca y captura (asumiendo el riesgo de operar sin reglas del juego o con reglas difusas) o amenazadas (asistiendo impotentes a la llegada de nuevos actores que compiten asimétricamente en su mismo sector), o, si no, morir de inanición. Vivimos en sociedades alegales, porque para una parte muy sustancial de lo que nos ocurre no hay ni regulación ni visión política.

Hemos hecho del arte de ir tirando (muddling through) el eje racional de la decisión pública de las democracias modernas. Y ni tan mal, dirán muchos. Lo que ocurre es que, en el entretanto, estamos cambiando tan rápido que ya ni nos conocemos y el pequeño Frankenstein que somos como sociedad crece desigual, contradictorio y amorfo. Las democracias modernas viven un momento de cierto paroxismo y en el entretanto el sector privado empuja en distintas direcciones, en parte aprovechando la dejación y en parte por necesidad, porque esperar se hace ya insostenible.

Por eso, cada vez más, las organizaciones buscan, no solo incidir en política, sino ocupar un espacio público. Si los poderes públicos no son capaces de crear entornos que ofrezcan respuestas a los retos que llegan, será la sociedad civil organizada quien lo haga, diseñando desde lo privado los contornos del futuro gobierno de las sociedades. En ello, ya están trabajando muchas compañías y Silicon Valley se lo ha impuesto como casi una misión. Lecturas como ‘The Know-It-Alls. The Rise of Silicon Valley as a Political Powerhouse and Social Wrecking Ball’ de Noam Cohen o ‘La Siliconización del Mundo’ de Éric Sadin o el best-seller de Yuval Nöah Harari ‘Homo Deus’ apuntan en esa dirección y es interesante seguirla, por escalofriante que pueda parecer.

Carmen Muñoz Jodar, Directora de Asuntos Públicos. LLORENTE & CUENCA. Profesora del Máster en Comunicación Corporativa e Institucional de la Universidad Carlos III, Cremades & Calvo y la Escuela de Periodismo y Comunicación de Unidad Editorial. Miembro de APRI. @carmen_mj

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